martes, noviembre 10, 2009

Cárceles de Noruega: otra cosa

La cárcel noruega de Bastoey fue pensada con el precepto de que las prisiones tradicionales, de regímenes cerrados, no cumplen una función útil. Adscripto a esa filosofía carcelaria quien fuera su director, Oeyvind Alnaes, es el más convencido de que “el mayor error de nuestra sociedad es creer que se debe castigar duramente a los criminales para que cambien”.

Agregó el ex funcionario que eso “es un concepto errado; si tratas mal a la gente, se portarán mal. Cualquiera puede ser buen ciudadano si se le trata bien, se le respeta y se le imponen desafíos. Las grandes prisiones cerradas son escuelas de delincuentes” remató Alnaes.

Pero Noruega, en Escandinavia, es un país muy distinto en cuanto a su idiosincrasia, culturas y costumbres en comparación con las jóvenes naciones de Centro y Sudamérica.

Y también muy distinto, por supuesto, de los Estados Unidos. Noruega sería una “anticárcel” si se la comparara con Norteamérica. Noruega tiene una de las tasas de encarcelación más bajas de Europa, con 66 presos por cada 100 mil habitantes, mientras Estados Unidos registra 727 presos por cada 100 mil individuos.

Y el mensaje del Ministerio de Justicia noruego es recurrente en privilegiar la necesidad de reintegración del condenado en la sociedad más que la necesidad de castigo y en preocuparse de que las prisiones se vean como una parte normal de la sociedad.

Mejor, poco posible
Bastoey, a setenta kilómetros de la capital del país, es una prisión de régimen semiabierto situada en una isla con construcciones de distintos colores, vegetación tupida y playa para los detenidos en las aguas del fiordo de Oslo.

Afortunados con el lugar al que han sido enviados, allí se alojan más de cien presos que no están encarcelados sólo por violar normas de tránsito según dice la información y que disfrutan de actividades que rara vez se asocian con una prisión.

En el verano, asesinos, violadores y ladrones, pueden mejorar su técnica en las pistas de tenis, cabalgar por el bosque o nadar a la playa. En cambio en invierno, las posibilidades se reducen al esquí deportivo.

Los internos trabajan entre las 8 y las 14:30 horas en la prisión que, en el segmento de trabajo carcelario, es una granja con ganado al que hay que atender, leña para cortar y procesar en el gran aserradero –con hachas y sierras- y cultivos y cosechas para realizar. Si el tiempo de condena es suficiente, muchos dejarán Bastoey con un certificado por la formación laboral recibida.

Después del trabajo, los hombres regresan a los alojamientos: cabañas de madera de buena construcción en las que conviven grupos de cuatro a seis internos.

Alnaes, el ex director de la prisión, subraya: “cualquiera puede ser un buen ciudadano si se le trata bien, se le respeta y se le imponen desafíos y exigencias”.

Esta forma de pensar muestra la forma en que Noruega y las naciones escandinavas gestionan los sistemas penales en los que no están contemplados la pena de muerte, ni la prisión perpetua. En cambio, la pena máxima de cárcel es de 21 años, por asesinato. La mayoría cumple dos tercios de la pena antes de quedar en libertad. Los condenados mantienen su derecho a voto y pueden ejercerlo en prisión.

Todos los internos comienzan su condena en una cárcel tradicional. Son instalaciones más seguras, pero que tienen los problemas comunes a otras cárceles del mundo: drogas, falta de educación y de oportunidades de trabajo. Esto se debe a que la mayoría de los detenidos pasan mucho tiempo del día encerrados en sus celdas. Aún así, la experiencia de una prisión tradicional en este país escandinavo es muy diferente de la de otros países.

Aunque el trato a los delincuentes no está exentos de las polémicas en Noruega. El partido Progreso, principal de la oposición, reclama desde hace años sentencias más duras y prolongadas para los responsables de delitos violentos, una visión que ahora alcanzó al partido Laborista, en el gobierno.