miércoles, enero 07, 2009

"El olor de la cárcel"

Por Frances Escribano, para “El periódico de Catalunya”

Se ofrece a continuación un extracto de lo publicado hace pocos días en el medio y con la pluma del articulista antes mencionados con el título "El olor de la cárcel", por reflejar particularidades vívidas inherentes a las prisiones que quienes las han recorrido las reconocen como propias de estos lugares de detención.

"Tuve la oportunidad de visitar algunas cárceles catalanas. Es muy curioso, pero el olfato es el primer sentido que detecta que te encuentras dentro de una institución penitenciaria. Es una sensación peculiar. La poca ventilación aumenta la acumulación de olores corporales con los de comida y de productos de limpieza... Y no sé si el fracaso tendrá algún olor, pero, si lo tuviera también se encontraría mezclado con los demás.

El fracaso se respira porque es lo que tienen en común la mayoría de las personas recluidas. El destino las ha maldecido, y ahora sólo les queda esperar el tiempo que les queda.

En lo colectivo, la libertad y la justicia son los valores fundamentales que han orientado nuestra vida desde el tiempo de los clásicos. En nombre de la libertad y la justicia se han hecho las guerras, las revoluciones y los movimientos que han configurado las sociedades modernas. En el plano individual, quien tiene una deuda con la justicia debe pagarlo con su libertad. En Catalunya, más de 10 mil personas viven en prisión. Las nuevas leyes, la mayor eficacia policial y el aumento demográfico han supuesto que la población penitenciaria se haya incrementado en los últimos años y todo lleva a pensar que la crisis económica no ayudará precisamente a disminuir esta cifra.

Es un panorama de futuro complicado para los responsables de las instituciones penitenciarias catalanas. Deberán buscar espacio en edificios antiguos donde, en algunos casos, se amontonan más de cuatro internos por celda, y tendrán que encontrar dinero para construir nuevos centros que les permitan clausurar reliquias del pasado que todavía son útiles.

Por lo pronto el presidente catalán, José Montilla, anunció hace poco que las restricciones presupuestarias para los próximos tiempos no afectarán los planes que prevén la construcción de nuevos centros penitenciarios. Supongo que esta decisión política no despertará ninguna reacción eufórica en la opinión pública. La situación de las cárceles no suele ser un tema prioritario de preocupación para la ciudadanía.

De las cárceles solo se suele hablar cuando hay conflictos. Eso sí, cuando son noticia es porque los problemas que generan son considerables, y entonces inundan las primeras páginas de los periódicos. En Francia, la catastrófica situación y la superpoblación de las cárceles ha puesto a la ministra Rachida Dati contra las cuerdas después de que en los últimos seis meses se hayan suicidado 92 internos. En Catalunya, con motivo del juicio contra los amotinados de la cárcel de Quatre Camins, todos hemos podido ver hace poco las impactantes imágenes del estallido de violencia y la escalofriante agresión al subdirector del centro.

Vivir en la cárcel no es agradable, ni tampoco lo es acercarse a su realidad cotidiana. Las mujeres y los hombres que allí se encuentran arrastran vidas truncadas por el delito. Pero ellos no son las víctimas, aunque puedan parecerlo, y, por tanto, no es fácil ponerse en su lugar, ni vivir sus problemas como si fuesen nuestros. Al contrario: si están encerrados es porque tenemos asumido que es la mejor forma de proteger a los ciudadanos de la amenaza que representan. Esta es la primera función social que debe cumplir la institución.

Pero si las cárceles solo estuviesen para eso, servirían de poco. Si hay que invertir esfuerzos y dinero es para lograr que la experiencia de reclusión sirva para la posterior reinserción de esas personas.

La reinserción es posible y siempre será la mejor protección ciudadana. Para lograrla, hay que romper muchos tabúes y tópicos. Empezando por valorar de modo diferente a los profesionales que trabajan en las prisiones. Al visitar las cárceles catalanas me ha sorprendido ver cómo los funcionarios conviven con los internos, cómo se mezclan con ellos y cómo, sin llevar armas de ningún tipo, son capaces de mantener un orden y un equilibrio extremadamente frágiles.

Hacen un trabajo poco lucido. Esto explica la dificultad que tienen aún muchos educadores y funcionarios de cárceles para identificarse como tales cuando conocen a alguien.

Habría que acabar con estos tabúes y estigmas, porque si queremos mejorar la sociedad, no podemos olvidar las cárceles. Aunque pueda parecer utópico y ningún científico se haya entretenido en buscarla, estoy seguro de que la esperanza también tiene olor, y este es el mejor antídoto contra el miedo y el fracaso".

(A propósito de los olores a los que se refirió el autor, una acotación interesante: para saber cuál es el olor del miedo, científicos de la Universidad de Stony Brook, Nueva Cork, colocaron trapos absorbentes bajo las axilas de un grupo de paracaidistas novatos. La mezcla de excitación, nervios y pánico les provocó una intensa sudoración…, cargada de información interesante. Una vez destilada la esencia extraída de los trapos del grupo en cuestión, los científicos comprobaron que el cerebro humano es capaz de detectarla, y descubrieron, además, que tiene un efecto contagioso. ¿Será que las emociones no solo se sienten, sino que también se huelen y por ello se contagian?