lunes, noviembre 20, 2006

Lila Caimari: "El modo de pensar una cárcel define a una sociedad"

Una buena síntesis de la evolución de la política penitenciaria de los últimos 135 años formuló la historiadora Lila Caimari en una entrevista que le realizó el suplemento “Zona” del diario “Clarín”, donde sostuvo que “el modo de pensar de una cárcel define a una sociedad” y que el periodismo del siglo XX “fue el divulgador más eficaz de nociones positivistas sobre el delincuente”.

Prisiones y Penas rescata los conceptos centrales de la nota aparecida en el matutino, que a poco de ser leídos despertará el interés de los lectores por la claridad y precisión de la autora y por el conocimiento de la temática que demuestra.

Lila Caimari es historiadora graduada en la Universidad Nacional de La Plata y doctorada en el Instituto de Estudios Políticos de París. Investigadora del CONICET. Su investigación sobre la historia del delito y el castigo llegó a revistas especializadas internacionales y obtuvo el premio al mejor artículo año en la revista “The Américas”.

La entrevista
P.: Las leyes punitivas y la situación carcelaria actual generan polémicas. ¿Qué aporta la historia argentina para entender cómo se concibió el castigo a los delincuentes?
R.: El modo de pensar una cárcel define a una sociedad. Las ideas de reforma del castigo de la generación en el poder en las últimas tres décadas del siglo XIX provienen de modelos europeos y norteamericanos. El símbolo más contundente de esta apuesta al "castigo civilizado" fue la Penitenciaría Nacional, construida en la calle Las Heras -de la capital federal argentina- en 1876. Era una especie de ciudadela punitiva que en los años veinte quedó rodeada de ciudad. Entonces se empieza a hablar de demolerla, cosa que recién llega en los ´60.

P.: ¿Cuáles fueron sus rasgos de modernidad penitenciaria?
R.: Era un monumento, con su planta radial, los cinco pabellones, las murallas. En términos de lo que una institución dice a la sociedad, había un rasgo muy claro de modernidad edilicia y cientificista. Por otro lado, en lo penitenciario y criminológico, hay una apuesta muy fuerte al trabajo como vía de rehabilitación de los internos.

P.: ¿Por qué fracasó?
R.: Fracasó en los hechos, no ideológicamente. Arriba del 70 u 80% de los internos eran procesados y, por eso, no podían ser obligados a trabajar. Por otro lado, la Penitenciaría, como todas las cárceles, nació hacinada, y hacinada de sujetos que no eran los que se pensaron en el proyecto. Había pocos condenados, muchos menores, gente durmiendo en los sótanos. Y esto dura varias décadas. A la vez, la Penitenciaría albergó un laboratorio de observación de patologías criminales, porque los criminólogos de la época creían que la creación de un archivo de datos del delincuente permitiría diseñar la mejor terapia rehabilitadora. La utilización institucional de esa información fue errática.

P.: ¿Esas cárceles contemplaban la existencia de escuelas?
R.: Sí, es parte del mismo proyecto de la generación que apuesta a las escuelas públicas. Entra a la cárcel la escuela asimiladora, y recordemos que los inmigrantes estaban sobre representados entre la población penal. Muchos aprendieron el español, el saludo a la Bandera y el Himno en las aulas de la Penitenciaría. El proyecto de nacionalización de los extranjeros tuvo un capítulo importante tras las rejas, concebido para el hombre de clase baja, disciplinado en el trabajo y culturalmente asimilado.

P.: ¿Cómo se aplicaba el castigo a las mujeres a fines del siglo XIX?
R.: La misma dirigencia conocida por su laicismo y credo cientificista entrega el castigo femenino a la Iglesia en 1890, y esto se extiende hasta 1970. Entonces, el castigo femenino transcurre por canales completamente diferentes al masculino. Las internas eran alojadas en una cárcel que hoy es el Museo Penitenciario de San Telmo, administrado por las Hermanas del Buen Pastor. Lo mismo sucedía en Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil. La cárcel además era una especie de depósito de niñas huérfanas, una institución híbrida, mezcla de asilo con cárcel. Las mujeres siempre constituyeron un porcentaje pequeño de la población carcelaria, menos del 10%. Mi impresión es que al pensar la prisión moderna, no se pensaba en las mujeres, entre otras razones porque poner presa a una mujer implicaba crear más problemas, en la medida en que dejaba huérfanos que el Estado debía tomar a su cargo. Jueces y criminólogos recomendaban en esos casos aplicar arrestos domiciliarios y libertades condicionales.

P.: ¿Por qué en 1880 había aquí una tasa de arresto que duplicaba la de Boston?
R.: A partir de los 80, Buenos Aires se transforma en una ciudad en creciente pánico por el crimen. Que fuese justificado o no es algo difícil de saber, pero no hay duda que el crimen creció rápidamente, porque creció la población a un ritmo desmesurado. Entonces, efectivamente, la tasa de arresto crece, especialmente por escándalo público, la mayoría vinculado a la obsesión por el desorden. La percepción de época es que Buenos Aires se transformaba en un campo minado de rateros y ladrones, salidos de un bajo fondo desconocido, de límites inciertos. Ese bajo fondo asusta y fascina a la vez, y es pensado como contracara oscura de la ciudad moderna, luminosa, higiénica.

P.: En ese clima de miedo y fascinación, ¿qué lugar ocupó el periodismo?
R.: Fui a los diarios a buscar datos sobre del crimen, y me encontré que las secciones policiales crecieron enormemente a fin del siglo XIX. Se hacen más frondosas, hasta que terminan en el diario "Crítica", famoso en los veinte por sus volcánicas coberturas de crímenes. Encontré que el periodismo decimonónico fue el divulgador más eficaz de nociones positivistas sobre el delincuente. Adopta para sí y resignifica la idea central de la criminología de que hay que deslizar el eje de atención del crimen al criminal. Por lo tanto, es su historia, su biografía, lo que interesa.

P.: ¿Cuándo crecen?
R.: Se hace evidente con la incorporación del telégrafo en “La Nación”, a fin de la década de 1870. En los años 80 y 90 encontré esta superposición: se utilizaba el telégrafo para mandar noticias sobre la Bolsa de Londres y también sobre el último crimen de la descuartizadora de París. Entonces nace una especie de cultura sensacionalista internacional, de la cual participan los lectores de diarios de Buenos Aires como los de otras grandes ciudades del mundo. Esta cobertura creciente de los crímenes contribuye a crear un imaginario de inseguridad urbana. Por otro lado, también se desarrolla mucho el periodismo de la imagen del crimen. A medida que avanza el siglo XX, más que leer las notas policiales, hay que mirarlas. "Caras y Caretas" fotografió la escena del crimen, a los sospechosos, a los protagonistas, a los curiosos. Creó las primeras "fotocrónicas" del crimen e incluso contrataba actores disfrazados para escenificar el delito. Publicaba en imágenes lo que el fotógrafo había podido tomar del caso. Lo que se había perdido, era escenificado. Entonces, la crónica combinaba testimonios, imágenes institucionales —foto policial de los sospechosos— y otras de ficción con las escenas del crimen reconstruidas para los lectores con actores disfrazados.

P.: ¿Qué aporte hizo el diario “Crítica”?
R.: “Crítica” cultivó conexiones fructíferas con la policía y el hampa. Su cobertura era muy creativa: en los años 30, por ejemplo, contaban el crimen en forma de historieta. Mucho de lo que no podía contarse en imagen fotográfica, se dibujaba. Además, Crítica alimenta en sus cientos de miles de ejemplares un universo penal alternativo, con unas nociones de ley, del delincuente y de castigo legítimo que desafiaban a las del Estado.

P.: ¿Qué cambios trae el peronismo en el mundo carcelario?
R.: A partir del 46 hubo un proyecto de reforma de la cárcel sumamente ambicioso, que apostó al trabajo y al deporte. Son reformas orientadas al bienestar material y psicológico del preso (el preso común, no el político, naturalmente). Fue una operación presentada como una especie de reparación histórica de la figura del penado de clase baja, enfatizando la deuda de la sociedad con el preso. El peronismo desmanteló el penal de Ushuaia, por donde habían pasado tantos anarquistas. Para entonces, la imagen de ese presidio, creado a principios del siglo XX, estaba cargada de ecos sórdidos. Era una especie de Siberia criolla. El peronismo lo desmanteló con mucha cobertura periodística, que insistió en la imagen de reintegración de los presos a la comunidad. Hubo muchas fotos de los penados vestidos con sus uniformes rayados, abrazando a sus familias, de las cuales habían sido separados por el Estado de "antiguo régimen". Lo de Ushuaia tuvo un impacto simbólico muy grande. Además, el peronismo sustituyó los uniformes rayados y prohibió los grilletes.