viernes, mayo 09, 2008

Cárceles federales en Argentina: ya preocupan al ministro Aníbal Fernández


El ministro de Justicia y Seguridad argentino, Aníbal Fernández, sumó en los últimos días una preocupación más a su tarea: el estado de deterioro de las cárceles federales -nacionales- en el segmento de la infraestructura.


El problema promete ser tratado a la larga: Fernández tiene una la alerta roja derramada sobre su cartera por el corte de rutas de agricultores que se quejan de la voracidad oficial para recaudar y, si el gobierno lo dispone en una escalada del conflicto, será el funcionario que deberá ejecutar la reapertura de los pasos con las fuerzas de seguridad. Un imposible, debido a la extensión de la geografía argentina y a los centenares de piquetes que la gente del campo instaló en los caminos.


Pero aún tratada a la larga la coyuntura carcelaria, es positivo que el ministro se haya preocupado por su estado. Es bueno que lo tenga en agenda. Está al tanto que el raquitismo ininterrumpido de las partidas de presupuesto del sistema penitenciario federal ya provocó un deterioro avanzado en unidades de detención emblemáticas, como para recortar uno de sus componentes más sensibles: su potencial de seguridad.


Días pasados el ministro de Justicia realizó una recorrida por el Complejo Penitenciario Federal de Ezeiza(CP1), moderna unidad de máxima seguridad con alojamiento individual de hasta 1.800 detenidos varones -hay un sector especial para mujeres primarias- distribuidos en seis módulos de 300 reclusos cada uno.



El CP1 es una unidad emblemática del Servicio Penitenciario Federal (SPF) que fue inaugurada por el ex presidente Carlos Menem a principios de 1999 con un diseño y tecnología de seguridad adecuado a la época. Puede decirse que es casi una ciudad penitenciaria aunque sin rejas.



En lugar de barrotes, está cercado por tres líneas de alambradas de contención: la primera rodeando a cada módulo de alojamiento y las dos restantes, muy altas, perimetrales de la unidad. Al inaugurarse, el CP1 funcionaba automatizado electrónicamente para la apertura y cierre de sus esclusas y puertas comunes; con cámaras de circuito cerrado de televisión en los módulos y pasillos y, en lo externo, con sensores de movimiento que disparaban los alertas correspondientes, además del patrullaje motorizado.


Durante su visita, menos de nueve años después de su inauguración, el abanico de lo que no funciona en el CP1 sorprendió al ministro Fernández. Y lo puso en guardia. Y lo hizo estimar que cosas por el estilo, tal vez no tan pronunciadas en las cárceles que todavía son de tracción a sangre, suceden en las más de treinta y cinco unidades federales de detención diseminadas por la geografía argentina, dijeron en su cartera.


Fernández habría concedido que el problema central es la falta de mantenimiento -que como todo lo que significa seguridad es caro-... por carencia de partidas presupuestarias. Es decir, reconoce entre sus allegados lo que no diría públicamente: que la falla es del gobierno. Es que desde hace cuatro años y medio él pertenece al gobierno ejercido por el matrimonio Kirchner.


Por eso no le será fácil arbitrar soluciones al ministro de Justicia, a la corta y a la larga: más allá del cambio de nombres en la presidencia el 10 de diciembre pasado, de Néstor Kirchner en sucesión a su esposa, Cristina, el gobierno argentino recorre el mismo camino de gestión: enfocando lo carcelario, el olvido del sector que entre otras cosas se traduce en recortes de las partidas destinadas a su funcionamiento.


Igualmente es de destacar la reacción ministerial: los reflejos estarán más fibrosos para atender las urgencias estructurales que planteen las cárceles. En una de esas, Fernández, hasta logra un refuerzo para recuperar las unidades de detención. Es bastante más de lo que el sistema penitenciario federal tuvo durante estos últimos años: no más que ministros intrascendentes como Horacio Rosatti y Alberto Iribarne con los cuales el sistema llegó a lo que llegó: a poner en alerta por el abandono, a quien hoy le toca sucederlos.