martes, abril 18, 2006

Argentina: cárceles y personal carcelario


Una entrega anterior de “Prisiones y Penas” produjo información sobre demandas de seguridad formuladas a las autoridades penitenciarias por los sindicatos que agrupan a los guardias de prisión de España, a través de reclamos verbales e incluso mediante paros de corta duración en cada uno de los turnos, y su incidencia en la toma de decisiones.

La nota tuvo repercusión entre los lectores con oficio penitenciario, más de lo que inicialmente se esperó. Fueron varios los correos electrónicos y comentarios personales que llegaron a “Prisiones y Penas” con comentarios sobre esa temática puntual.

Se pidió más información sobre las características que adopta la articulación entre el gobierno, jefaturas y sindicatos de guardias de ese país para gestionar las cárceles. En futuras ediciones se cumplirá con el pedido de los lectores y se incursionará sobre esa característica del sistema español y otros países avanzados, que son extrañas a las pautas de trabajo penitenciario tan fuertemente arraigadas en Argentina y casi todos los países de Latinoamérica.

Pero también los mensajes y las voces abrieron de hecho un espacio de comparación entre esa particularidad laboral penitenciaria de otros lugares del mundo y la situación del personal carcelario en la Argentina.

Se desataron quejas e ironías, aún sin tener más precisiones sobre la situación española y aún teniendo en cuenta que quienes se expresaban fueron, en amplia mayoría, oficiales penitenciarios en actividad y retirados de dos sistemas penitenciarios del país.

Quienes han transitado y transitan las cárceles, aún sin ojo avezado, auscultan la dura realidad laboral que soporta el personal penitenciario en la Argentina, por lo que eran de esperarse las quejas. Sobre todo, y por lejos, las relacionadas con las condiciones de trabajo de suboficiales y agentes, interpretadas por superiores directos.

En los viejos penales
Escaso número de hombres desempeñándose en puestos de control deplorables, cuando no tétricos y alienantes por lo derruidos, por la oscuridad, los ruidos y la soledad, son sedes comunes de puestos de vigilancia que imponen a los guardias los edificios centenarios y con gruesas cicatrices de motines pasados. Villa Devoto y la unidad 7 de Resistencia en el sistema federal; Olmos y Sierra Chica en el de Buenos Aires; la unidad 1 de Corrientes; los penales del hasta hace poco intervenido servicio penitenciario de Santiago del Estero; la cárcel de Mendoza denunciada por la OEA, las de Chubut, son los escenarios emblemáticos -y suficientes por la cantidad de personal que concentran- con esas condiciones de trabajo.

Gente expuesta al frío y calor que, según las regiones, pueden ser fríos bajo cero y/o calores que derriten el asfalto. Con frecuencia, recargados en horarios, atados a la custodia de la muralla o alambrada, del puesto de control interno o del pabellón, dieciocho o veinticuatro horas seguidas.

Sin capacitación ni actualización laboral que pueda calificarse de tal, desarmados como lo prescribe la ley e inducidos durante las largas guardias a aceptar la condescendencia de algún preso, ante la incertidumbre de no saber cuando accederán a la ración que reconforta.

Con sueldos magros, mezquinos en la mitad subalterna de la escala jerárquica, para realizar un trabajo “penoso”, según lo ha calificado la Organización de Naciones Unidas, y por supuesto con los riesgos propios de las prisiones. Con sueldos al personal federal, además, que en el 40% son pagados virtual aunque insólitamente en negro –no remunerativo que se le dice- por el Estado nacional.

Con un trasfondo emocional abordado por las incertidumbres y los miedos que asocia inevitablemente la cárcel.

Hay más. Quien ha transitado y transita las cárceles en la Argentina coincidirá con “Prisiones y Penas” que todo esto, no es todo, que otras cuestiones y situaciones a las que lleva el trabajo penitenciario son todavía más preocupantes.

Aún así todo se sobrelleva. Sin reconocimientos.

Seguramente algunos de estos escenarios pueden ser mejorados por las jefaturas de los servicios penitenciarios e incluso por las jefaturas de unidades. En algunos establecimientos se trabaja en eso. Cuestión de decisión.

Pero los problemas graves superan, por lo menos en la Argentina, a los directores y jefaturas de los servicios penitenciarios federal y provinciales. Porque las políticas y los presupuestos carcelarios les son ajenos y pertenecen al universo de la política.

Y la prisión, siempre y en cualquier lugar del mundo, es un problema para la política.

Porque la prisión por sí misma no vende políticamente hablando y, antes que elogios, como cárcel que es, propone crisis y críticas que tocan la lejana sensibilidad de los gobiernos.

Resultado entonces de la ecuación política en la cuestión carcelaria: antes que invertir mejor prometer.

Las promesas se renuevan, pero el olvido de los guardias de cárcel plantean una condición de trabajo que se balancea entre lo deplorable y lo alienante. Y no hay indicios que pueda mejorar esa condición. Sólo promesas. A él, hombre y mujer, se le demanda que readapte socialmente al delincuente. Las cosas como son.

Así se sobrelleva en la Argentina, al paso fácil de las promesas, una problemática tan delicada como la de la cárcel que es, ante todo y por la función social que se espera de ella, profundamente humana. De los dos lados de la reja.-

Fotografía: armas cortopunzantes -"facas"- decomisadas en un pabellón de cárcel de máxima seguridad argentina . También con esto debe convivir a diario el personal carcelario.