lunes, febrero 23, 2009

La droga, un problema cada vez más grave para la cárcel


Estudiosos, especialistas y guardias de cárceles coinciden en afirmar que la droga en las cárceles, por lo menos en las de países latinos, circula casi “como en la calle”.

Como todo lo relacionado con el tráfico de estupefacientes, dentro de las cárceles incrementa drásticamente el número de muertes entre los presos, ya sea por la puja para manejar su comercio intramuros o por sobredosis y contagio de patologías infectocontagiosas al compartir jeringas y demás objetos.

Para ser más amplios y certeros, la problemática de la droga en las prisiones no es patrimonio sólo de las que funcionan en los países de ascendencia latina, sino que, por el contrario, su propagación masiva alcanzó primeramente los establecimientos de detención del mundo avanzado.

La diferencia es que, luego de su aparición, en estos países las drogas no circulan “como en la calle” dentro de las unidades de detención. Nadie podría afirmar que en estas prisiones el ingreso de la droga haya sido totalmente eliminado, pero no transita abiertamente por los predios penales.

Es que en las cárceles de esos países las acciones antidrogas buscan cumplir su finalidad con eficacia y, primero la ley, no se detienen ante cuestionamientos burocráticos e ideológicos: nadie se ruboriza si los controles de ingreso de personas a los establecimientos son ayudados por el olfato de perros especialmente entrenados en la detección de estupefacientes. Es decir, nadie que no trasporte ilícitos para ingresar a una cárcel puede sentirse con miedos u ofendidos con controles pasivos.

Es más, dependencias especializadas en las cuestiones carcelarias de la Organización de Naciones Unidas (ONU), aconsejan públicamente el uso de los perros para enfrentar el tránsito de drogas tras las rejas.

En cambio, en las penitenciarías de casi todos los países latinos, enfrontar la circulación de las drogas entre la población penal se ve reducido a la inacción y la indolencia por carencia de decisión política para enfrentar al tema.

Por ejemplo y al sólo título de aprovechar declaraciones de los últimos días, la directora general de Instituciones Penitenciarias de España, Mercedes Gallizo, concedió que hay “dificultades” para evitar la entrada de droga en las cárceles, sobre todo cuando son cantidades que los presos pueden introducir en orificios de su cuerpo.

Las visitas pueden ser requisadas y los presos cacheados al regresar a sus alojamientos, pero la droga dentro de un organismo humano sólo es detectada con radiografías o análisis especiales que no pueden ser realizados sin autorización judicial.

En la realidad, en la práctica de todos los días, la requisa común de drogas “a ojo”, no es eficaz: quien conoce de ingresos a las cárceles las disimulan dentro de su cuerpo casi con garantía de inmunidad.

En esto ha coincidido quien está en la otra vereda de los guardias de prisiones, el responsable de cárceles de Asociación por los Derechos Humanos de España, Valentín Aguilar, quien concedió que “el control es muy superficial” y “cualquier persona que entra y sale –de la cárcel- puede introducir droga, hay condenas a familiares, funcionarios de prisiones y hasta curas” por ese ilícito, explicó con detalle.


Gallizo se debió referir en estos términos al tema después que en los primeros días de enero murieran tres reclusos aparentemente por consumo de droga adulterada y luego que sindicatos de funcionarios de prisiones y Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) recordaran que desde 2000, al menos 86 encarcelados han muerto por sobredosis.

No es todo, el consumo de drogas ya es la primera causa de muerte no natural entre los internos, por encima del SIDA y los suicidios, en España, por lo que los funcionarios de los sistemas penitenciarios de Centro y Sudamérica deberían comenzar a preocuparse seriamente para atender esta compleja problemática. O hacer como se generalizadamente acostumbra, esperar que eclosione el tema y, si se puede, mirar para otro lado.
Foto: típica postal de un decomiso de drogas, pequeñas cantidades posibles de ocultar dentro del cuerpo, esta vez en una cárcel de Santiago de Chile.